Hace unos tres años un amigo me pidió opinión sobre una conferencia que vio en
internet. Me pasó un enlace de dicha conferencia, dada por un tal Antonio
Manuel a quien no conocía. Boquiabierto me quedé: me encontraba ante un predicador
en vez de ante un conferenciante. Con argumentos descabellados y ademanes de
iluminado intentaba convencer a los oyentes de que el flamenco era el llanto de
los musulmanes de Al-Andalus. Retomaba la absurda etimología de Blas Infante
por la cual la voz “flamenco” deriva de “fellah-mengu”, que en árabe (el
casareño no especificó nunca a cuál de sus múltiples variantes se refería ni de
qué época, con lo variable que son las lenguas) venía a significar “campesino
huido”. El conferenciante ignoraba la explicación más convincente dada hasta
ahora, la de su colega (por abogado) Luis Suárez Ávila, investigador del Puerto
Santa María y una de las máximas autoridades internacionales en el estudio del
romancero y, en concreto, del repertorio que atesoraban los gitanos
bajoandaluces (Puede verse en http://www.culturaspopulares.org/textos7/articulos/suarez.pdf)
Este señor en absoluto tiene en cuenta los avances de la flamencología, que ha
alcanzado un rigor impensable hace cuatro décadas. Hay compañeros dejándose los
ojos, los oídos y los dineros buscando datos en hemerotecas y archivos
polvorientos y también en medios digitales, que recorren cientos de kilómetros
en pos de un dato, que adquieren grabaciones antiguas a precio de oro para
describir con minucioso rigor los orígenes y evolución de este arte que tanto
nos conmueve. Hacer una transcripción en partitura de una música flamenca cuesta
mucho trabajo; lo mismo que encontrar el hilo musical de un estilo, un apunte en
un censo, o en una parroquia, o en un pasquín o en un periódico. Es arduo peinar
decenas de cancioneros en busca de una vieja letra, visitar los rastros en
busca de fotografías o discos, como es penosa la tarea de transcribir una
entrevista a un viejo artista antes de que nos deje. Y me quedo corto.
La flamencología actual ha alcanzado tal nivel que para escribir unas líneas es
forzoso acudir a decenas de libros y artículos, escuchar muchos cantes,
consultar referencias discográficas del flamenco y otros géneros (músicas
populares y tradicionales, canción española, zarzuela, música barroca y
renacentista,…) pues es mucho y bueno lo que se ha producido en las últimas
cuatro décadas en libros, artículos, blogs y conferencias. Cualquiera que
quiera investigar sobre flamenco ha de hacerlo con tremenda humildad y ser
consciente de que somos enanos a hombros de gigantes.
Con enfoques muy diversos y a veces hasta con opiniones duramente enfrentadas tenemos
una larga lista de investigadores que en los últimos años han dejado una
producción brillante a la que acudir: el ya citado Suárez Ávila, José Blas
Vega, Manuel Ríos Ruiz, José Luque Navajas, Gonzalo Rojo, Luis Soler Guevara,
José Luis Navarro García, Eulalia Pablo Lozano, Miguel Ropero Núñez, Antonio
Carrillo Alonso, Eusebio Rioja, Miguel Espín, Romualdo Molina, Manuel Yerga
Lancharro, Francisco Gutiérrez Carbajo, José Luis Ortiz Nuevo, Faustino Núñez,
Gerhard Steingress, José Manuel Gamboa, Manuel Bohórquez, Jorge Martín Salazar,
Juan Manuel Suárez Japón, Pierre Lefranc, Norberto Torres, José María Velázquez-Gaztelu,
Guillermo Castro Buendía, Pepa Sánchez Garrido, Rafael Chaves Arcos, Emilio
Jiménez Díaz, Manuel Cerrejón, Antonio Sevillano Miralles, Daniel Pino, Carlos
Martín Ballester, Cristina Cruces Roldán, Luis Javier Vázquez Morilla, Miguel
Ángel Berlanga, José María Bonachera, Génesis García, José Gelardo, Lola
Fernández Marín, José F. Ortega Albaladejo, Rafael Valera Espinosa, José Miguel
Hernández Jaramillo, Alfredo Grimaldos, Manuel Granados, Antonio Hita
Maldonado, Antonio Cristo, Manuel Herrera Rodas, Pedro Ojesto, María Jesús
Castro, Eugenio Cobo, Manuel Naranjo Loreto, José Luis Vargas Quirós, Montse
Madridejos, Daniel Pineda Novo, Bernard Leblon, Agustín Gómez, Antonio
Barberán, Antonio Escribano, Manuel Curao, David Pérez Merinero, Ángel Álvarez
Caballero, Manuel Urbano, Ángeles Cruzado, Francisco Hidalgo Gómez, Gregorio
Valderrama, Antonio y David Hurtado, Manuel Martín Martín, José María Castaño, Javier
Osuna, María Paz Tenorio, Pedro Fernández Riquelme, Estela Zatania, Francisco
Zambrano, Manuel Ríos Vargas, Juan Rondón, Antonio Conde González-Carrascosa, Alberto
del Campo, Andrés Raya, Antonio Gómez Alarcón, Luis López Ruiz, Rafael Estévez,
Alberto Rodríguez Peñafuerte, José Francisco Ortega Castejón, Bernat Jiménez
Cisneros, Rafael Cáceres Feria, Marta Carrasco, Juan Pedro López Godoy ‘Perico
el de la Paula’, Rafael Ruiz García, José Cenizo, Paco Roji, José Luis Jiménez,
Paco V. Vargas, Norman Paul Kliman, Miguel Ángel Jiménez Valverde, Álvaro de la
Fuente, Diego Garrido, José Javier León, José Manuel ‘Chemi’ López Gutiérrez,
Luis Clemente, José María Morente, José Manuel Díaz ‘Mibri’, Paqui Reyes
Torres, Nieves Rosales, Fernando San Juan, Servando Repetto y muchísimos más.
Ninguna de las obras de los citados es tenida en cuenta por Antonio Manuel que
parece inaugurar una flamencología nueva acorde con estos tiempos confusos donde
se ha puesto en boga la llamada “cultura de la cancelación”, ese terrible
oxímoron.
Hay libros sobre flamenco que son imprescindibles, los hay muy buenos, buenos, mediocres
y malos de solemnidad. El de Antonio Manuel no entra en ninguna de estas
categorías pues lo peculiar en sí no es el disparate del texto sino las performances con que su autor lo
divulga, unas conferencias-prédicas en las que el oyente poco formado puede
acabar con una visión alucinada de una música que ya está más que demostrado
que se apoya en el folklore andaluz, en los cantos y bailes gitanos, y en la
música llamada “culta”, con un importante aporte americano (hispanoamericano
quiero decir, o sea mil razas: criollos, indios y negros). El flamenco es una
música que tiene poco más de dos siglos de historia. No permaneció escondida en
las catacumbas de ninguna cueva sino que fue síntesis de multitud de
tradiciones musicales que había en el sur de la Península –la andalusí también,
obviamente– que precipitaron hace poco más de doscientos años para que surgiera
algo nuevo, pero no en tiempos remotos de Tartessos, ni del Califato de
Córdoba, ni en la época de los reinos de Taifas, ni de los Reyes Católicos, ni
de Felipe II. Fue más tarde, mucho más tarde, como reacción furibunda a la
música francesa e italiana que copaba los espacios públicos. De todo ello se
está levantando acta con escrupulosa firmeza.
Termino con las imágenes de las dos primeras (por no cansar) páginas del glosario de
palabras que Antonio Manuel (así firma el libro: sus apellidos son Rodríguez
Ramos) incluye al final de su libro-camelo “Flamenco. Arqueología de lo jondo”.
No digo más.
Ramón Soler Díaz