JIMÉNEZ REJANO: UN CANTAOR DEL PUEBLO

 
(Artículo publicado en El Pontón hace
unos años, con motivo del 25 aniversario de su fallecimiento)
 
 “A ellos yo les daría
el jornal de una semana
pa que comieran tres días a
ver como se apañaban”.
 
Esta letra habitual en el desgarrador repertorio de Manuel
está, desgraciadamente,  de plena actualidad
en nuestro pueblo por  el triste e
injusto  trato que   los
trabajadores de la señera y muy querida empresa de Panrico están padeciendo por
parte de sus responsables. Y la traigo a colación para explicar, más allá
de  cuestiones artísticas,  el verdadero talante con el que nuestro
recordado paisano  Manuel Jiménez Rejano
se enfrentaba a este noble arte del flamenco. Un cantaor del pueblo  que sabía transmitir como pocos el sentir de
éste en aquellos aspectos más elementales de la vida: el trabajo, la
subsistencia y la dignidad. El arte no es más que la utilización de unos
recursos técnicos-literarios, musicales, pictóricos…-para expresar el mundo
interior y la verdad del artista. Una verdad y mundo interior de múltiples y
diversas aristas  que cada artista enfoca
acorde a su experiencia vital.  Y  la experiencia vital de Manuel siempre estuvo
ligada, emocionalmente, a su Puente Genil y a las complejas condiciones
sociopolíticas en las que se crió.
 
El próximo año se cumple el veinticinco aniversario de la
muerte de Jiménez Rejano. Un buen cantaor
de Puente Genil que, como muchos de sus coetáneos, en plena juventud
tuvo que ausentarse, tal y como hoy les está ocurriendo a muchos jóvenes
pontanenses, de su tierra para encontrar un futuro mejor. Y creemos que, para
cerrar el ciclo de reconocimientos a este cantaor,  su pueblo, a nivel institucional, le
debe el máximo reconocimiento que, desde el punto de vista flamenco, otorga
cada año: la dedicatoria, en este caso a título póstumo,  de nuestro Festival de Cante Grande
“Fosforito”.  De bien nacidos es ser bien
agradecidos, y Puente Genil tiene que ser consciente de la gran labor que este
cantaor desarrolló allende nuestras fronteras, concretamente, por mal que le
pese a algunos, en la flamenquísima tierra de Cataluña, en pro de la
divulgación del arte flamenco y de paso convirtiéndose en el mejor embajador de
nuestro pueblo. Desde que este verano naciese  en las redes sociales la iniciativa de dedicar
nuestro festival de cante a Manuel,   me
he empeñado  en conocer más y mejor la
trayectoria de este ilustre pontanés, dándome cuenta, fundamentalmente por
conversaciones con importantes flamencos catalanes, del gran predicamento  que nuestro querido Manuel continúa  conservando en los mentideros  flamencos catalanes, siendo considerado-ojo a
los aficionados pontanos más jóvenes-  el
pionero más importante de la implantación de la semilla flamenca en aquellas
tierras y, por tanto, uno de los responsables de la germinación allí del
frondoso árbol del flamenco. Quién sabe si hoy figuras  consagradas como Maite Martín o Miguel Poveda
no serían una realidad sin la labor de nuestro Manuel…
 
En cuanto a sus cualidades y calidades cantaoras qué duda
cabe que Manuel fue un buen cantaor. Un cantaor largo que, a pesar de morir a
los cuarenta años de edad, dejó once grabaciones discográficas y su participación,
junto con otros  renombrados artistas, en
otras seis. Con una voz aguda, flexible  pero  a
la vez rajá y partía, cuentan los que tuvieron la dicha de escucharle en
directo en múltiples ocasiones  que desde
el primer momento llegaba al aficionado, entablando con el mismo el
imprescindible diálogo afectivo para el nacimiento del buen cante flamenco.
Además Manuel, en los años 60 del pasado siglo, fue otro de los pioneros en el
proceso de apertura del arte flamenco a nuevas formas expresivas con la utilización
de los incipientes recursos musicales del momento ofrecidos por las casas
discográficas. Una labor que, en general,  los aficionados le reconocemos únicamente a,
por eje, artistas como Camarón, pero en la que Manuel fue un destacado
artífice.
 
Algunos aducirán  que
Manuel Jiménez Rejano  a raíz de su  repentina muerte en 1989 ya obtuvo los
suficientes reconocimientos, como ese magnífico festival que se le dedicó en el
antiguo campo de deportes Jesús Nazareno en mayo de 1990 participando artistas
de la talla de “Fosforito”, José Menese, Luis de Córdoba, “El Cabrero”, Diego
Clavel, José el de la Tomasa, José Mercé, Chano Lovato, Naranjito de Triana,
Calixto Sánchez, Paco Toronjo, Aurora Vargas, José Galán, Manolo Silveria, Paco
el del Gastor, Pedro Bacán, José Luis Postigo, Manolo Franco, y Quique Paredes.
 Y es verdad, pero todos ellos nacieron,
según me cuentan  protagonistas de
aquella época, de un sector de  aficionados
nucleados, fundamentalmente,  en
la incombustible Peña Flamenca de Frasquito, quedándose un tanto al lado,
aunque evidentemente participando, el ámbito institucional de nuestro pueblo.
Sí que es cierto que el Ilustre Ayuntamiento de Puente Genil rotuló una de sus
calles con su nombre  y  le concedió, el 5 de abril de 1990, a título
póstumo, el Membrillo de Oro. Pero insistimos, el máximo reconocimiento
flamenco que Puente Genil otorga cada año debe, en mi humilde opinión, recaer
también en  sus hijos flamencos más
ilustres. Y qué duda cabe que Manuel lo fue.  Hace unos años se le concedió a  José Bedmar “El Seco”;  posiblemente de aquí a no mucho debamos  de pensar en nuestro entrañable Frasquito,
¿por qué no ahora  a Manuel? Como
reconoció el maestro “Fosforito” hace unos días en una entrevista, de la que
daremos cumplida información en el próximo número,  que le hice, Manuel “fue un buen cantaor, un
cantaor del pueblo, y al pueblo corresponde reconocer y homenajear  a sus cantaores”. Que así sea.
 
  SALUDOS FLAMENCOS.

 

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